11:43 del viernes solitario por la noche
Mi cabeza
redactaba mientras mi mirada se perdía por la ventana del taxi en las calles
frías de Bogotá. Redactaba lo que procederé a escribir. Tal vez o más bien
seguramente serán un manojo de letras que provienen del desamor con amor. No
tengo el corazón roto (todavía) es por
eso que a esta encrucijada he decidido dedicarle una analogía de esas de las mías. Me gusta creer que son mías aunque probablemente
millones de otras personas habrán pensado en ello igual que yo, pero no lo
dirán como yo.
El laberinto
Como aquellos palacios donde reinaban en alguna pasada época
milenaria, donde cual decoración fuera se encontraba un laberinto de césped en
el jardín. Era verdaderamente hermoso,
las flores adornaban sus pasadizos y al final de este podías encontrar un arco
con forma de una pequeña casa donde se sentaban las princesas a suspirar en soledad. El trayecto era entonces simplemente relajante y agradable.¿ Puedes
imaginarlo? Rodeadas de naturaleza,
acariciando las flores y escuchando el cantar de los pájaros revoloteando para
luego encontrarse a sí mismas en la tranquilidad y en la paz que aquel lugar
ofrece. ¿Qué tal yacer sobre la verde grama y observar cómo las nubes flotan en
el cielo y viajan por él como si navegaran en un mar sin retorno? Ninguna nube
se devuelve, solo avanzan sin mirar atrás. Sin embargo, este no es el laberinto del título de ahí
arriba.. por el contrario es uno sin
salida y a nadie le importaría que fuera así, excepto a mí porque en realidad
sí quiero salir o tal vez no?.
Lo supe desde que lo vi,
parecía una aventura la cual quería emprender. Era enorme: tenía
matorrales que se enredaban entre sí tan
altos que parecía que no tenían fin, solo el cielo era quizá su límite. Sentí
temor combinado con intriga y curiosidad, así que me adentré en él para
descubrir sus encantos. Ahí estaba yo
jugando al ratón de laboratorio, disfrutaba cada paso que daba y entre más
caminaba más me agradaba estar allí. Reposé mi cabeza sobre la hierba y acosté mi
cuerpo en ese cálido pasto. El sol brillaba en el cielo, cerré los ojos y sentí
el calor de un beso. Era ese lugar el que me acompañaba, no estaba sola. Había encontrado en tal calidez la serenidad que
quería, así fue que continué mi trayecto.
Siempre he creído en que esos pedacitos de felicidad debo
atesorarlos y lo hice con todos los ademanes y honores del caso. Mi corazón
palpitaba muy fuerte y anhelaba recorrer completo aquel lugar sin cansancio,
como si ese momento fuese eterno y permanecería por siempre en mi memoria. Sin
darme cuenta había pasado ya mucho tiempo. Mis ropajes estaban sucios y dañados
porque la tela se había incrustado en las ramas de las paredes de matas del
laberinto, pero nada de eso podía importarme. Permanecí sonriente hasta notar como el cielo ya no era azul marino y
la tarde había empezado a caer. Resolví que debía descansar y echada sobre la
grama comencé a soñar.
El frío de la noche tuvo que despertarme, lentamente me puse
en pie y me pregunté: ¿cuántas horas he dormido? Y de repente posé mis ojos
sobre el cielo y no pude ver nada azul mañana ni naranja tarde. Era una noche
sin luna y allí estaba yo realmente perdida.
Comencé a desesperarme y cundió el pánico entre las paredes de matorrales en las que yo
estaba. Al recobrar la cordura decidí
buscar la forma de salir de mi querido laberinto. No obstante, todo intento que pasó por mi
mente fue fallido. Los matorrales eran tan altos que era imposible vislumbrar
salida. Quería escalarlos, saltarlos, atravesarlos y huir…pero, tristemente no “quería”…Quiero.
Intento cruzar una de las paredes de matorrales, pero no lo
logro. Parecen una selva de esas que nunca nadie ha descubierto. Están
cubiertas de espesa maleza y en las ramas de sus plantas crecen las espinas. Si
lograra escudriñar entre ellas, probablemente
las espinas cortarían cada centímetro de mi piel. Aunque, en este punto
tengo claro que cualquier opción que elija acabará destruyéndome. Sigo caminado extraviada, me duelen los pies,
las manos, los ojos y, sobretodo, el corazón.
Finalmente me he tropezado con aquella casita con arcos blancos que siempre está en estos
laberintos. Sé que estoy justo en el
centro del mismo. Saltar los matorrales no es una opción viable ya que caería en otro camino del cual tampoco
conozco salida. Me hallo impotente,
inútil y triste. No hay nada más qué hacer
aquí, no tengo a dónde ir. El cielo
comienza a despejar cuando el alba
aparece iluminando todo aquel jardín. Su verdor vuelve a alegrarme, el sonido
de los pájaros cantando. Un nuevo día despierta y concluyo que en el fondo no
me hace daño este lugar, sino la sensación
de estar atrapada. Mientras no pueda o quiera salir tendré que volver a
recostar mi cabeza sobre el césped y esperar que el laberinto me dé un cálido
beso.
Fin
12:23 a.m
28 Junio 2014
28 Junio 2014
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