La contrariedad 2.0

La contrariedad
Era de día pero no muy temprano. Sus pupilas no se dilataron mucho cuando abrió los   ojos. La luz del sol se escondía entre nubarrones y la lluvia resbalaba por la ventana. Sus pies estaban congelados y algo en la garganta parecía fastidiarle. Su cuerpo se deslizó a través de un delgaducho sofá de la sala, sus brazos aguantaron la caída. Estaba bien, despierto por fin gracias al piso frío y húmedo. Su cabeza reaccionó y  él sólo pensó en qué hora era  y  qué hacía, ahí,  en medio de un lugar que no conocía.

Son   las  3:00 pm, creo que hoy no iré a trabajar - dijo una voz, de esas que rompen el silencio incómodo. Ella lo miraba fijamente, ahí en el piso tirado. Lo veía revolcarse intentando levantarse, aún parecía ebrio por noche anterior. Por fin se puso de pie.

-Estoy mal Paula de verdad, dijo.

***
Me levanté temprano para ir a clases ése viernes. Íbamos a encontrarnos con los muchachos de la oficina y luego nos iríamos a tomar algo. Lo más probable es que ella estuviera ahí. Siempre va a esas reuniones, es una ebria empedernida. Yo no tengo mucho dinero hoy, pero quiero ir solo para verla. ¡Cómo es de inalcanzable!, el otro día me la he encontrado por la calle. La brisa le acariciaba el cabello, parecía jugar con él en un eterno valse. Ni siquiera se molestó en notar mi presencia observándola, ella miraba el cielo con admiración, perdida en él, totalmente ida. Quería que me mirara, que me viera y que supiera que yo la veía, que la quería y deseaba para mí, dentro de este remoto corazón de miserable y solitario perro callejero, porque eso soy yo. Trabajo todos los días por un sueldo de poca cosa, siempre quise ser fotógrafo y andarme al África a convertirme en alguien más.  A mimetizarme entre la selva, arriesgando mi vida por una foto, y que cuando el miedo se combinara con la emoción, alcanzaría entonces la felicidad más placentera, más bella y más mía.  Pero heme aquí observándote Paula y qué triste es que tu angelical cuerpo no pueda moverse hacia mí por lo menos un segundo para saber que existo.
 Seguí de largo,   quería quedarme viéndola pero el tiempo corría. ¡Otro día lluvioso en ésta ciudad! Antes pensaba en la lluvia como algo melancólico, pero ya no es nada más que gotas. A veces creo que me golpean con odio como diciendo: vete a tu casa ¿qué haces en la calle?,   y bueno corrí a parar el bus e irme. Demoró tanto la ruta   504 que me monté en lo primero que pasó, sin importar a dónde me llevara, solo quería irme.  Volví a mirar la hora y ya eran pasadas las 3 pm. -Tengo que estar en la oficina a las 4 pm pero no sé ni a donde voy, mierda- pensé. Me baje rápidamente del maldito bus y corrí hacia la oficina como si me fuesen a atracar, corrí y corrí. No estaba bien, en medio de todo el afán las lágrimas comenzaron a correrme por la cara, ¿Por qué me pasaba esto? ¿Por qué por alguien tan simple como ella? Y así pues, llegué a la oficina, empapado de ropas   y de corazón.  Mi jefe se llama Alberto, es un tipo normal y poco agradable, a veces se deja querer, no siempre. Cuando llegué, lo primero que me dijo fue: González tráigame un café cargadito y sin azúcar; Yo estaba tiritando del frío, de paso me compré uno para mí.  Me pesaban los pies y no era solo por las medias humedecidas o mis ropas con mal olor de lluvia. Le di el café a Alberto, me senté en mi puesto de trabajo y empecé a revisar los documentos del cierre de nómina del mes. Soy el contador de la empresa, a la gente le gusta llevarse bien conmigo para que yo les saque sus cheques rápido, nunca sé si les agrado de verdad o si los mueve el interés, pero de todas las personas a Paula no le importa su sueldo, ni si se la lleva con el contador o no. Recibe su sueldo por correo a su dirección.  Nunca pregunta nada ni se queja de nada, ni siquiera cuando le llega a la mitad, porque a veces está tan ebria y enguayabada que no viene.  Ella es secretaria, la de Alberto. Sonríe siempre a todos y nunca dice mucho. Es un misterio ésta tipa, ésta de porquería, que me tiene fregada la vida de tantas maneras.  Si pudiese borrarla un segundo, no lo haría.  Si estuviese muy lejos, la buscaría de todas formas. Me recuerda tanto a un libro que leí y a la canción de Silvio que el gusta a mi mamá. Si ella lo supiera, todo seguiría igual, y quizás me miraría con vergüenza, porque le parte el alma no corresponderme, lo sé. 

Salí a las   6 pm, me encontré con juan, Nicolás y esteban, con la misma pregunta de todos los viernes. -Bueno muchachos, ¿qué vamos a hacer?, dije. Nos fuimos a la casa de   Nicolás, quien recién se mudó, es un apartamentito al norte de la ciudad. Nicolás tiene buen gusto y está bien decorada la cuestión. Estando allá cada quien llamo a su chica, Esteban a Ángela, Juan a Carla y Nicolás… Él llamo a paula, su novia (mi paula nunca mía). Yo invité a mi mejor amiga Lizeth, para no sentirme peor, quería estar ahí  y al mismo tiempo no.  Liz que siempre me acompaña, no demoró en llegar. Estábamos ya todos   y empezamos la velada. Este tipo Juan, toca la guitarra y al compás de la voz de Paula cantamos recuerdos en versos y melodías tiernas. Me conmoví pero me hice el loco, la verdad, no podía montar una escenita patética, de ser así ellos me preguntarían y ¿Qué le digo a Nicolás? ¿Qué tal algo como:

- Lo que pasa es que amo a su novia y cuando canta siento que el cuerpo se me estremece a reventar, entonces lloro de impotencia porque está a su lado   y lo ama a usted. ¿Quedó claro? 

Ok no, nunca diría eso, ni nada jamás.  No soy de esos que se ubican en medio del lugar y que su única voz resuena entre los oídos de todos. Nunca he dicho nada para no meterme en problemas, y sé que soy un imbécil por eso, permanezco callado ante todo porque prefiero evitar, nunca salto sin ver dónde voy a caer ni me arriesgo por miedo a perder.  Soy el mismo perro miserable aullándole a la luna, a la misma que nunca lo va a mirar, acariciar o darle de comer.  Un perro solo eso soy. Y ella es mi luna, mi sol, mis amigos, mis deseos y mi voz.  La noche siguió, entre tragos y más tragos, mi cuerpo bailoteaba, sin en realidad saberlo hacer. El licor ahogó la vergüenza rola de no bailar muy bien y solo me deje llevar. Abracé a Lizeth toda la noche, ella sabía por qué. Solo me refugiaba, como siempre.   Entonces amanecía sin mí, otro día más, de esos en que llueve.

***

-¿Por qué estás mal?, dijo una voz, es el guayabo ¿no? -  

- No, Paula, eres tú.
Su cara enrojeció, a la vez que frunció el ceño, intrigada y apenada. Yo no pude decir más nada, enmudecí. Me levanté, me puse los zapatos y antes de que Nicolás despertara me largué de ahí sin decir ni mu. La expresión del rostro de Paula fue épica, que hermosa   así acabada de levantar, parece de mentiritas, probablemente lo es. Debe tener muchos defectos que mi cerebro obvia por toneladas de amor,   imágenes alteradas  por  mis sentimientos. Paula debe ser de los seres humanos más imperfectos, comunes y corrientes del mundo y sin embargo yo no lo veo. No puedo. Ella no hace ningún esfuerzo siquiera, solo es ella. 


Ahora mismo estoy en la ducha, duro horas ahí pensando en Paula. Sólo me relajo cuando el agua caliente toca mi cabeza y me cae por la cara. Me imagino en alguna cascada o agua termal en Japón, cierro los ojos y desaparezco de mi realidad, como mis ideas africanas y el safari que nunca haré.  Hoy no quiero ir, Paula no ira tampoco pero claro ella no importa mucho si está o no, pero el señor contador, mi persona John González debe ir todos los días y de paso hacerle los mandados al jefe porque según él sólo yo los hago bien, cosa que podría halagarme pero todos sabemos que me perjudica en vez, en todo caso ya ha sido suficiente por hoy, me siento medio bien casi mal, tirando a pésimo, rayando en lo horrible y pasando por lo triste.  Me iré ahora, si no lo hago desvaneceré, además tengo mucha hambre.


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